A pesar de todo lo que digas,
tus esfuerzos por hacerme entrar en razón…
¿No te das cuenta que todo eso
no funciona? Aún no has aprendido que las palabras carecen de significado sin
una acción que las justifique; y durante esas llamadas, en algún momento de la
conversación, se adquiere un tono amargo, solo unos segundos, que son suficientes para
estropear el momento, porque me haces recordar que tu corazón es de otro, o soy
yo solito quien lo recuerda; y tú no le das importancia en absoluto.
Dices que quieres que nos
llevemos bien como amigos, volver a como estábamos antes. ¿Pero cómo se vuelve
a un estado en el que mi corazón no estaba hecho pedazos? Antes de que tú lo
sostuvieras entre tus manos, te perteneciera, fuéramos felices…y lo
pulverizaras entre tus dedos mientras me mirabas a los ojos y decías “lo
siento”. Y dices…dices que la culpa es mía, que me ilusionaba muy rápido, que
tú nunca diste pie a tener una relación. Entonces estoy inventándome que, como
yo soy…era, una de las cosas más importantes de tu vida, si no estuvieras ya en
una relación, podríamos estar juntos. Y por suerte o por desgracia, esa
relación se terminó, y volviste a meterte en otra en el mismo día. Pero no
conmigo. En menos de 24 horas pasé de sentirme la persona más afortunada por
tenerte en mi vida, a tener que compartirte, de nuevo, con alguien que prefiere
verme muerto. Y el sentimiento es mutuo.
Pero claro, tú aseguraste, y
prometiste, que eso no cambiaría nada, no cambiaría el hecho de que me quieras.
¿Tú llamas a pasar de pensar que quizás me ames y ser tu mejor amigo, a un
estado en el que apenas hablamos, no solo por tus exámenes sino por el hecho de
dedicarle al otro más tiempo, y un estado en el que todo ha cambiado? Te
empeñas en repetirte a ti mismo que todo está bien, que yo estoy bien porque
hablamos y me prestas un mínimo de atención. Pero no es así. También puede ser,
quizás, que yo esté pidiendo demasiado; a fin de cuentas, solo somos amigos.
¿Pero no crees que tengo un poco de derecho a ser un pelín exigente? Pero
cuando digo algo que se salga de lo normal, automáticamente te pones a la
defensiva y soy yo quien debe morderse la lengua y asentir con la cabeza a lo
que tú digas.
Me haces callar con uno de tus
“te quiero”. Pero me saben amargos cuando recuerdo en la situación en la que
estamos. Me parecen vacíos, o como si fuera a otro a quien se lo dijeras.
Porque yo nunca soy el objetivo de tu amor. Ni el motivo final de tu felicidad.
No quieres admitir el hecho de que, en el fondo, inconscientemente, sientes
aversión por mí, lo que te hace no dar el paso para decir que me amas y que te
gustaría estar conmigo, a pesar de todo lo que te he demostrado en el largo
tiempo que nos conocemos. A mí ya no me queda nada por demostrarte. Pero con
cada día que pasa te siento más lejos y te conviertes, poco a poco, en alguien
desconocido para mí.
¿Y sabes lo más divertido de
todo esto? Que no quiero perderte. Porque si te vas, sabes perfectamente que no
me queda nadie. Pero a ti, ese problema, como no lo tienes, ni lo comprendes ni
te molestas en ayudarme. Y, a pesar de todo, hay una pequeña chispa en mi
interior que se alegra que seas feliz, aunque sea con otro.
Y ya sabes lo que dicen de las
chispas…que hasta la más pequeña puede provocar un incendio.
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