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Llamando a las puertas del armario

Lo normal sería hablar sólo de que la homosexualidad se puede definir como atracción sexual hacia individuos del mismo sexo, que a los homosexuales masculinos se les llama gays y a las mujeres homosexuales se les llama lesbianas, y añadir algunas estadísticas al respecto encontradas en Internet que dicen que aproximadamente del 15 al 20% de los hombres y un 6% de las mujeres son homosexuales.
¿A quién le importa?

¿A quién tendría que importarle? ¿Cuantos más sean, más los aceptaremos?
¿Es que están prohibidas las minorías?
Los indios de las Grandes Praderas Americanas tenían cuatro sexos perfectamente asumidos en la sociedad: los hombres que hacían de hombres (guerreros y cazadores), las mujeres que hacían de mujeres (cuidaban de los niños y del poblado), los hombres que hacían de mujeres (también cuidaban a los niños y al poblado), y las mujeres que hacían de hombres (también guerreras y cazadoras). Y todos felices.

Esto es de lo que hay que hablar, y no de la catastrófica historia de la homosexualidad siempre rechazada, prohibida, castigada o despreciada en nuestra sociedad civilizada.
Los y las homosexuales han sido ejecutados, castigados, torturados y encarcelados a lo largo de todos los tiempos. Y cuando se les ha aceptado oficialmente en sociedad, todavía tienen que soportar el reparo de quien los tolera pero prefiere mantener una distancia prudente. Siempre víctimas de prejuicios, infundios e injusticias.

¿Pero por qué? Porque son diferentes. Pero es que todos somos diferentes. Eso es precisamente lo que hace tan rica la especie humana: que somos diferentes. Los hombres somos diferentes de las mujeres, los matemáticos diferentes de los astrólogos, los chinos diferentes de los suecos, y hasta que no lo aceptemos, no podremos arreglar el mundo.
Todos somos diferentes, pero eso no significa que unos sean mejores que otros, eso no. Ni que unos tengan más derechos que los otros.

Aún nos movemos con la ignorancia provinciana de los primeros blancos que vieron a un negro, un negro que andaba desnudo y hablaba de manera incomprensible, como si ahora nos encontráramos a un extraterrestre. Se quedaron boquiabiertos, preguntándose si sería humano, si podía entenderles o cómo deberían tratarlo.
Fue en ese momento en el que los muy ignorantes decidieron que un negro no era un humano y que podían tratarlo como a una bestia de carga y comprarlo y venderlo como un esclavo; sólo porque era diferente a ellos, que eran más poderosos.

Ahora, siglos más tarde, sabemos que el cociente intelectual y la honradez no tienen nada que ver con el color de la piel ni con el sexo, pero aún seguimos comportándonos como aquellos imbéciles.
Si es diferente, es peligroso. Diferente significa malo. ¿Sabéis por qué? Porque nuestra sociedad tiene una enfermiza inclinación hacia el dominio. Diferente se interprete como mejor o peor, y el mejor tiene que dominar al peor.
Por eso es importante pertenecer a la casta de los dominadores: hombres, blancos, y heterosexuales, que subyugarán a las mujeres, los negros y los homosexuales.

Pero si hablamos así de los homosexuales, estamos reconociendo que aún no han conseguido su pleno derecho de ciudadano normal y corriente. Ahora es cuando se dice: "Los homosexuales son buenos. No son viciosos ni corruptos. Y son inteligentes, y artistas. Y hubo muchos artistas que fueron homosexuales". 
Si la situación estuviera normalizada correctamente, ¿a quién le importaría saber que Oscar Wilde o Shakespeare fueron homosexuales? ¿Por qué tiene que interesarnos eso y no tiene que interesarnos si a Camilo José Cela le gustaba más ponerse encima o debajo, la felación o el cunnilingus? Bueno, también son costumbres sexuales.

¿Por qué se dice: "Este chico escribe muy bien, seguro es homosexual"? ¿Por qué no decir: "Este chico escribe muy bien, hace una caca oscura y consistente"? ¿A quién tiene que importarle cómo caga un artista, o con quién folla, o cómo folla? En todo caso, sólo le interesa a quien quiera ligar con él.

Así que no puedo decir que la homosexualidad esté normalizada en nuestra sociedad y que aquí no pasa nada. Tengo que hablar de miedo. El miedo lógico del homosexual a salir del armario. ¿Os dais cuenta? Miedo. Otra vez, el miedo. 
¿Es que no se puede hablar de sexo sin hablar de miedo?

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